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Una batalla para ganar corazones y mentes, luego la ley

Todos hemos escuchado acerca de la ley Dream Act, como el centro de los defensores de la reforma a la política migratoria. Durante más de diez años, diversas han sido las formas en las que se ha luchado por esta ley con la cual se ofrecería una vía para obtener la cuidadanía para algunos inmigrantes indocumentados. Sin embargo, contrario a conseguirse su promulgación, ésta no ha tenido éxito en repetidas ocasiones; y lo que es peor, el debate legislativo se ha paralizado con hostilidad entre opositores y defensores y se ha endurecido la posición de ambos lados.

Los aplicantes de la Dream Act necesitarían haber entrado a los Estados Unidos antes de los 16 años, y residir en el país por al menos cinco años. Después, durante un período de seis años de residencia temporal, ellos tendrán que obtener un título universitario de dos años de estudios o prestar servicio militares por dos años, antes de ser elegibles para obtener la residencia permanente.

Recientemente, una potencial elegible “soñadora” confrontó a Mitt Romney, un candidato del partido Republicano en las primarias. “¿Por qué usted no apoya mi sueño?,” preguntó ella. Romney, quien ha votado por el veto a la ley y que se ha ganado el título de “enemigo de los soñadores,” dijo no poder apoyar a la inmigración ilegal. Poco después, la mujer que realizó la pregunta acusó públicamente a Romney de no apoyar a ninguna forma de inmigración.

Pero, ¿qué efecto ha tenido todo esto,? ¿Romney se echará atrás? Dificilmente.

Para aquellos que buscamos un escenario imigratorio abierto o simplificado, similar al que Estados Unidos tiene con Puerto Rico y los exiliados cubanos, el movimiento Dream Act no ha podido alcanzar su objetivo.

Vemos: la ley no aborda el problema de fondo, el proceso en sí de la inmigración. Aunque el congreso aprobara la ley Dream Act, sólo menos de un millón de personas serían beneficiadas; es decir ayudaria, en el mejor de los casos, a una pequeña minoria de los diez millones de inmigrantes indocumentados del país.

¿Qué pasa con los sueños de personas que llegan cuando tienen más de 15 años de edad? ¿Qué sucede con aquellos que pueden trabajar en fábricas sin tener un título universitario? Estas personas no son menos valiosas como seres humanos que buscan mejorar sus vidas, sin embargo la legislación los excluye.

De cualquier manera, si alguien está a favor de la aprobación de la ley o no, lo cierto es que une década de fracasos sugieren que es tiempo de un enfoque más matizado, uno que se centre en la compresión popular y reformas con visión en el futuro.

Afortunadamente, los hechos esenciales que motivan un cambio hablan por sí solos, pero todavia es necesario que sean más visibles y claros. En primer lugar, el escepticismo que muchos estadounidenses tienen en la intervención gubernamental se aplica tanto al control de la inmigración como a otras áreas de la vida. Los funcionarios del gobierno no tienen incentivos o capacidad para manejar los flujos de inmigración inteligentement, es por esto que el proceso de migración es continúa siendo un arbitrario y largo laberinto. Inclusive cuando tratan de que sea lo contrario, fallan abismalmente, y más de diez millones de personas indocumentadas son el testimonio de esto.

En segundo lugar, además de ser un ganar-ganar para nuestra propia nación, la migración es una herramienta humana para la prosperidad en un sentido más amplio. En otras palabras, el hecho de mudarse del país de origen a otro es aun más poderoso que el votar en las urnas. Y ya que a la migración le sigue la libertad económica—lo que es el sueño americano—con este movimiento de las personas se castiga a regímes opresivos de rendición de cuentas de los usualmente salen, y recompensa a las sociedades libres escogidas.

Una vez entiendidos estos dos puntos, en lugar de rechazar las políticas que abren las fronteras del país los electores estadounidenses querrán intensamente apoyarlas, después de una década de estancamiento.

Fergus Hodgson es director de la unidad estudios de la política fiscal en John Locke Foundation y un asesor de política en The Future of Freedom Foundation.

Traducido por Alexandra Veloz Velástegui. El artículo original lo puede encontrar en la página de The Future of Freedom Foundation.